Mientras los rebaños dejados a sí mismos, produjeron poco, los dejaron en paz; pero cuando ya vieron que aumentaban y brindaban al Hombre agradecido los mil favores que los dioses protectores le habían prometido, comenzaron ellos, con razón, a temer que aquel no retribuyese más culto que a los que por sus divinas inspiraciones, lo iban haciendo feliz. [newline]Y en la Edad Moderna, más allá de que deambulan por la llanura ciertos matreros todavía refractarios al culto de los dioses protectores de los rebaños, van, poco a poco, desapareciendo y dejando en la tierra, mezclados con los de las novedosas generaciones, para enseñanza de los siglos venideros, sus huesos, últimos indicios de la presencia de su raza inferior y condenada. Pocos fueron, al principio, los que consintieron en renunciar a su modo salvaje de vivir; pues para ellos, un toro flaco y arisco, robado con las armas en la mano, era de sobra gusto que cien vacas domesticadas. Hacían alarde de despreciar a los dioses protectores de los rebaños, y de ser, ellos solos, dueños por la fuerza de los animales domésticos, pacientemente criados por los que obedecían a las inspiraciones divinas. No siempre fueron los mismos de el día de hoy, los dioses de la Pampa; pero terribles, horrendos, y enemigos de la Humanidad han de ser los dioses primitivos, a evaluar por los restos de los rebaños que resguardaban, tan horripilantes, que no permitían la presencia del hombre en la tierra.
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Si corre despacio, suspira, triste; y en el momento en que sopla, poderoso, lo que la mayoria de las veces hace, sus plañidos estridentes hacen estremecerse la Tierra. Ruda es, insociable, parece ser, como todos y cada uno de los solitarios que se desean figurar, y desean realizar opinar que aman en realidad su soledad y su retiro. Pregúntenle al Sol si no detiene, con admiración, su antorcha en sus poderosas formas; la Luna la mira con compasión, al ver sus encantos tan pobremente vestidos con los pocos adornos que le obsequia la Lluvia del cielo.
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Y al cabo de poco tiempo, el pastor asombrado vio que verdeaba el suelo removido, como nunca, ni en las más florecientes primaveras, lo había hecho. Medró su admiración en el momento en que vio que donde hasta el momento no habían salido más que yerbas ralas, cortas y de poco sabor, afloraban exuberantes pastos de abundante follaje cubierto de flores, y plantas que al poco tiempo, se coronaban de espigas color de oro, llenas de nutritivo grano. Los Estados miembros van a animar a las asociaciones de consumidores y a las asociaciones empresariales a que faciliten un enlace electrónico a la interfaz de resolución de litigios en línea. Los costes expuestos en este sitio Web podrán ser revisados y modificados, en cualquier momento, si las condiciones lo requieren.
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Diosas Y Dioses De La Vieja Europa
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Tras una introducción a la literatura y las etnias de esta zona geográfica, se presentan mitos de diosas creadoras, civilizadoras y sobre la vida en tiempos matriarcales… La Tarea fecunda, diosa que solo asiste para sus fervientes, pero que todo lo vence a favor de ellos, quedó encargada por Triptólemo de continuar con su obra, y el pastor pampeano se apresuró en consagrarle sus hijos. Cibeles, la majestuosa y robusta madre de los dioses, buena, grande, fecunda, protectora de la raza humana, dispensadora de los bienes de la tierra, dejó caer sobre las inmensas soledades pampeanas una benévola ojeada y se admiró que tan enorme y fértil extensión quedara sin cultivo, sosteniendo apenas ciertos rebaños dispersos. Dioses tienen la posibilidad de muchas cosas, pero con todo, no tienen la posibilidad de lograr que permanezca en sus dominios lo que ahí no existe, y ya que en las arenas de la Pampa no hay oro, no podían hacer que lo hubiera. Y no sabían por donde darse vuelta, cuando, -no se conoce por quién-, oyó contar un pastor la famosa historia del vellocino de oro. Entretenido, el hombre exigió de Pan que asimismo le indicara donde estuviera algún otro vellocino igual, y que él iría sin vacilar y desafiaría mil muertes para localizarlo, arrancarlo a sus guardianes y traerlo a su tierra.
En las primeras horas de la mañana, sale de su glauca morada, cubierta en tenue vapor flotante; se eleva despacio hasta volverse, bajo los fotones del sol, tan abierta que exactamente los mismos alguaciles, pese a sus grandes ojos curioseadores, no dan siempre con ella, en el momento en que la vienen a avisar que se prepare a recibir la visita de su quiere, la Lluvia. Apasionado de las reuniones numerosas de los hijos de la Pampa, se mezcla con ellos y flota, forma etérea, entre los vapores del alcohol, su precursor favorito. Silencio profundo; cada geniecito se ha escondido donde pudo y espera, sin resollar, listo para ayudar a los compañeros en la gran obra. Vaca con su tierna cría, y que el ternero queda empantanado, y se pasa las horas balando, sin poderse desplazar, y la madre contestándole, impotente. No son sirenas y no tienen a su disposición seductores cantos, pero tapan con agua atascada, bien tranquila, el pantano de barro blanco donde chapaleará el jinete incauto, con desesperación, y de donde saldrá arañando, pálido del peligro corrido, de tener que bajarse en pleno fangal para calmar al mancarrón hundido; y los muy zorrillos se desternillarán de risa discreta, mirándolo.
La diosa Soledad no inspira en la Pampa, a sus adoradores, estas tímidas ideas de retiro encerrado, estéril y egoísta; precario asimismo, pues cualquiera puede violar, por al azar o por osadía, semejantes escondrijos; en la Pampa, no probablemente halla sorpresa. Pero no existen bosques donde logren esconderse estos dioses silvestres de la fecundación; donde se logren agrupar para contarse sus proezas, sin correr el riesgo de ser sorprendidos por los mortales. Dicen que echó una ojeada en los pueblos de la Pampa y quedó estupefacto al notar la clase de diosa que llamaban allí justicia Criolla, juró que nunca había sido mandada por él, y, armándose de una escoba… También han creado los dioses desalmados para sus objetivos destructores, la sarna que roe la lana y carcome la oveja, y la terrible langosta que no deja pasto donde pasa. También introducen en rebaños refinados, reproductores de baja extracción que dejan burlado, para un tiempo, el esmero del criador en refinar sus haciendas.
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